
A veinte años de la muerte del vicario de los derechos humanos, sacerdote Carlos Puentes, fallecido el 21 de mayo de 2002, recordamos su aporte a la defensa y promoción de los derechos humanos en dictadura a través de su labor en la Pastoral de Derechos Humanos y en la Vicaría de Pastoral Obrera.
“No es posible transformar la historia sin dolor”, decía quien fuera vicario de los derechos humanos y de la pastoral obrera. Fiel al Evangelio, nunca dudó en proclamar la cultura de la vida por sobre la muerte, de enaltecer la dignidad del trabajo y de defender la irrenunciable y sagrada dignidad humana.
Su mayor sueño fue ser cura rural. Pero el Arzobispo Manuel Sánchez prefirió darle otras responsabilidades y fue así como el padre Carlos Puentes Figueroa asumió labores que, más adelante, reconocería como “una gracia de Dios”. Ni más ni menos que eso sintió que fue su paso por la Pastoral de Derechos Humanos y la Vicaría Pastoral Obrera del Arzobispado de Concepción.
De risa fácil, de trato amable y cercano, buen conversador y lector incansable, el padre Carlos acogía y cobijaba. Difícil era sustraerse a su espíritu entusiasta, a su actitud querendona, como del cura rural que siempre quiso ser, pero que debió postergar porque había otras tareas más urgentes que la Iglesia le encomendaba.

Lota en el corazón
Parece que su vocación sacerdotal nunca estuvo en duda. Mucho menos cuando en Penco, donde vivía con su familia, conoció al sacerdote español Enrique Poch, quien había casado a sus padres y lo había bautizado a él. Lo sintió alegre y cariñoso y su admiración brotó de inmediato. Pero también la profunda religiosidad de su madre contribuyó a su opción: “Mi madre era una mujer muy rezadora y siempre decía que estaría feliz si uno de sus hijos fuera sacerdote”.
Tras ser ordenado, Lota fue su primera destinación. Fue allí donde conoció a los mineros del carbón y a sus familias. Lo recordó cuando en 1988 recibió el Premio “Oscar Arnulfo Romero” que le entregó el Movimiento por los Derechos Humanos de Lota: “Llegué con gran entusiasmo y muchas esperanzas, por eso Lota para mí tiene algo que de alguna manera marcó mi vida, pues aquí realicé mis primeras actividades como pastor. Aquí conocí al pueblo minero, conocí a su familia, a sus hijos, bajé a la mina y acompañé muchas luchas del pueblo. Por eso, recibir una distinción de hijos de mineros tiene para mí un hondo significado”.

Después de estudiar durante dos años Licenciatura en Teología, en Bélgica, es nombrado asesor diocesano de la Pastoral Juvenil, tarea en la que lo encuentra el golpe militar de 1973. La entidad funcionaba en Ainavillo 520 y fue allí donde tuvo sus primeros contactos directos con la represión: “Ese mismo día o al siguiente clausuraron el departamento, prohibieron la entrada a todo el mundo y pusieron un letrero diciendo que había sido clausurado. Posteriormente yo pude entrar y me encontré que todo estaba destrozado, que habían sacado parte del techo y del piso y que lo habían revuelto todo. Incluso hubo acciones sacrílegas en la capilla que teníamos”.
Fueron experiencias que lo marcaron y que fueron reafirmando su fidelidad al Evangelio y un compromiso cada vez más creciente que hasta ese momento vivía en su parroquia y en los cargos que le encomendaba el Arzobispo. Es así como en 1982, siendo vicario de la zona de Talcahuano, párroco de Santa Cecilia y miembro del consejo asesor pastoral de la Diócesis recibe un encargo del Arzobispo Sánchez: presidir la comisión que debía elaborar una propuesta para reestructurar el entonces Departamento de Servicio Social del Arzobispado a cargo de Jorge Barudi.
Eran tiempos de crisis económica y también de cambios en la situación política nacional. Ya se habían formulado las nuevas orientaciones pastorales de la Diócesis y se veía como necesario que este servicio se incorporara más plenamente al quehacer pastoral de la Iglesia. Así, en febrero de 1983 se da vida al Departamento Pastoral de Derechos Humanos, donde el padre Carlos asume como director eclesiástico. Junto con ello, en 1985 es nombrado Vicario de la Pastoral Obrera, debiendo repartir su tiempo en ambas instituciones que funcionaban en la vieja casona de Barros Arana con Ainavillo.
Complejos momentos
No estaba en sus planes asumir esas funciones, pero lo hizo. “Fue un acto de obediencia”, diría mucho después en una entrevista: “El Arzobispo me dio razones que me parecieron válidas e importantes y me dijo que me lo pedía como obispo”.
Lo que vino luego fue difícil. Hubo momentos especialmente duros: allanamientos, ataques y amenazas en contra del personal de ambas pastorales. Incluso el propio padre Carlos experimentó una compleja situación cuando la madrugada del 14 de diciembre de 1987 desconocidos quemaron su camioneta en dependencias de la parroquia Santa Cecilia. Tanto impacto causó el hecho que el propio relator especial de Naciones Unidas en materia de derechos humanos, Fernando Volio, que llegó a la zona cuatro días después, se declaró conmocionado: “Lo que ocurrió con el vicario Carlos Puentes es algo sobrecogedor. Que en su propia casa, en la noche, le incendiaran su camioneta, eso debe conmover a todos los chilenos”.

Pero el padre Carlos sabía que la tarea que le había encomendado la Iglesia tenía muchos riesgos. Y los asumía. Eso, más que amedrentarlo -decía- reafirmaba sus convicciones. Pero sufría, aunque no por él sino por quienes eran sus colaboradores: “Lo que más me dolía y me costaba mucho superar era que hubiese gente que tuviera que sufrir porque trabajaba conmigo. Eso me costó mucho superarlo”.
Su mensaje siempre se orientó a promocionar la cultura de la vida. Tanto en el ámbito de los derechos humanos como en el mundo laboral, con el que tenía una estrecha relación. Trabajadores y dirigentes sindicales se sentían acogidos por este “curita” como le decían, que así como compartía con ellos un sesudo análisis de la realidad nacional también reía y disfrutaba con bromas y anécdotas para suavizar tanto dolor y oscuridad.
El padre Carlos creía en el poder de las organizaciones sindicales y siempre estuvo preocupado de que la Vicaría Pastoral Obrera contribuyera a fortalecerlas. Pero también creía en la formación y la capacitación y apoyó con fuerza los cursos sindicales y las escuelas de invierno y verano: “La Vicaría Pastoral Obrera se define como un servicio a los trabajadores. Yo pienso que la Vicaría en Concepción debe hacer un máximo esfuerzo para apoyar a los trabajadores, en especial en lo que es la capacitación que les permita situarse en el contexto general del país y poder así ser agentes de cambio en el sentido de la liberación del país y de los trabajadores”, solía decir.
Defensa inclaudicable de la persona
La Parábola del Buen Samaritano, que inspiró el quehacer de la Pastoral de Derechos Humanos, era su favorita cuando oficiaba misa o participaba en un acto ecuménico. No se cansaba se citarla: “Esta bellísima página del Evangelio es la que ha inspirado la tarea de estos largos años -comentaba cuando se cumplieron 15 años de la Pastoral de Derechos Humanos-. La experiencia de ser fiel a esta palabra de Dios ha sido extraordinariamente grande. Creo que lo que más nos ha marcado es esa experiencia radical que hemos vivido, en que nos hemos encontrado creyentes y no creyentes, jóvenes y adultos, trabajadores y niños…”
Fuerte apoyo a la reconstrucción del tejido social
Quienes lo conocieron y compartieron con él en distintos momentos de la vida, siempre han conservado recuerdos, anécdotas, historias junto al padre Carlos:
“El cura Puentes se llenó el alma de trabajadores, se la jugó por los más pobres y creó un movimiento obrero sano, a pesar de que algunos éramos comunistas, otros socialistas, de la izquierda cristiana, pero no teníamos diferencias y cuando teníamos problemas, todos llegábamos a la Vicaría y ahí estaba el cura, él siempre tenía remedio para todos. Era una excelente persona”.

De esta forma lo recuerda quien fuera dirigente del Sindicato 6 de ENACAR- Lota, Víctor Tiznado Césped.
Otro dirigente que lo conoció y compartió con él, incluso aspectos tan personales como su matrimonio, fue Antonio Deij Escribano, dirigente de la CUT provincial de Concepción.
“Al padre Carlos lo conocimos en los tiempos difíciles de la dictadura militar, cuando el movimiento sindical tenía la posibilidad de reactivarse, pero había un miedo muy fuerte de parte de la gente y especialmente de los dirigentes que eran perseguidos. El padre fue uno de los precursores de la reactivación del movimiento sindical en la zona y es así como nos juntamos varios y conversamos con él y nos dio el amparo de la Iglesia para poder protegernos de alguna manera de los agentes represivos del régimen”.
Jaime Torres trabajó estrechamente con el padre Carlos en la Vicaría de Pastoral Obrera, a la cual llegó en 1985 como vicario. Ese año, Torres recuerda que la Vicaría “era un espacio de encuentro de los trabajadores, que se venía dando desde comienzos de los 80, como el techo de amparo a los trabajadores, pero el padre Carlos también decía que los trabajadores necesitan organizaciones fuertes y ahí tuvo una gran intuición que era la necesidad de reestructurar el movimiento sindical y nos metió fuerte en eso. Así que en esos años nos dedicamos a construir federaciones, sindicatos y la propia confederación forestal, culminando con la constitución de la CUT, donde también estuvimos involucrados. Reconstituir el tejido social, pero en el mundo sindical, fue algo prioritario para el padre Carlos”.
Javier Arros, ex dirigente sindical de Huachipato y diácono, también tiene sus vivencias sobre la padre Carlos.
“El era un buen lector y estaba al tanto de lo que sucedía, incluso sabía más que los sindicalistas, manejaba las estadísticas, los conceptos económicos, a mí me sorprendía la cantidad de cosas que sabía, tenía mucha información que los dirigentes desconocíamos”.
La vida que renace en medio del dolor
Recibió muchas distinciones en su vida. Una de las que más lo emocionó le fue entregada por la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos el 31 de agosto de 1996, durante un acto de testimonio y reconocimiento público a la labor de la Pastoral de Derechos Humanos. La imagen de un Quijote de bronce que hizo sonreír al padre Carlos, sirvió para reconocer su dedicación y entrega a la causa por la que nunca se cansó de predicar: la defensa de la sagrada dignidad del ser humano.
Es que siempre se sintió impactado con el sufrimiento de los perseguidos, de los humillados, de los heridos en el camino. Y así como le llegó hasta el alma el drama de Sebastián Acevedo, que aterrado por la suerte de dos de sus hijos detenidos por personal de la CNI, se inmoló frente a la Catedral pidiendo su libertad, con la misma intensidad acompañó a las familias de los cuatro fusilados de Lota cuando sus restos fueron exhumados desde el cementerio municipal de Concepción, en julio de 1990.
Nunca dejó de admirar y destacar el valor de los familiares de víctimas de la represión y muy especialmente de detenidos desaparecidos, en quienes vio marcados ejemplos de nobleza: “En ellos vi hasta donde puede llegar el alma humana en lo bueno, en la capacidad de perdón, en la búsqueda de la verdad…”
Fue lo que también destacó con fuerza durante la eucaristía con que se puso término a la labor de la Pastoral de Derechos Humanos: “Queremos agradecer el testimonio de los exiliados, de los detenidos desaparecidos, de los relegados, de los presos, ellos dieron un testimonio de amor a la vida, a la verdad. Nosotros, que trabajamos aquí, podemos decir con sinceridad que no se dejaron llenar de odio, no le abrieron las puertas de su corazón al odio ni a la venganza, al contrario, se fueron llenando de experiencia de lucha, de justicia, de verdad y de Jesús…”

Funeral de sacerdote Carlos Puentes, 23 de mayo de 2002.
Mercedes Sánchez, de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos lo conoció bien y compartió muchos momentos de desesperanza, de tristeza, de dolor, pero también de alegría y de fe con el curita Carlos.
“El padre fue un en esta vida un regalo de Dios, para mí por lo menos, porque dentro de todos los dolores que uno ha tenido que vivir, de todas las situaciones, sobre todo a partir del 73, que era todo tan difícil, y uno perdió la confianza, la esperanza, todo, y encontrar personas como la que encontré en el padre Carlos, es recuperar la confianza, la fe, la esperanza en el ser humano. A pesar de tanta maldad, hay seres humanos rescatables y lo que más me gustaba del padre era su sonrisa abierta, que iluminaba, que entregaba mucha paz, confianza, era contagiosa…”
Ese carácter fraterno, cálido, amistoso del padre Carlos también es recordado con gran cariño por la abogada Martita Wörner, quien trabajó codo a codo con el vicario en la Pastoral de Derechos Humanos.

“En esos tiempos apremiantes, todas las acciones debían ser para el día anterior. Sin embargo, nunca le escuché decir no tengo tiempo, estoy cansado, es mi día de descanso, cuando se le acercaba alguien en procura de ayuda y un consejo. No me cuesta verlo sonriente y contento, aun sufriendo por los atropellos e injusticias que afectaban a tantos que a diario acudían a él. Lo recuerdo despidiendo a alguien después de haberle dedicado un largo y valioso tiempo y pensando, con la misma alegría, en la tarea que seguía pendiente y lo que se había postergado por atender al amigo”.
Pese a los sufrimientos y al dolor; a la sensación de impunidad y de incertidumbre; a la indefensión en que muchos se sentían, el padre Carlos nunca pensó dejar la labor que inicialmente sólo había asumido por obediencia. Porque con los años -contaba- la entendió como una gracia de Dios.
“Pocos sacerdotes tienen la oportunidad de vivir una misión de Iglesia como la que yo viví. Desde que maduré en esta historia y la asumí, la empecé a ver como una gracia de Dios que me permitió colaborar con la Iglesia… Yo siempre quise ser cura rural, era mi sueño y se lo pedí varias veces al Obispo, pero siempre me decía que no. Así que yo pude estar en muchas tareas, pero estuve en ésta, que no la busqué y que casi rechacé, pero que después acepté por convicción. Para mí ha significado una experiencia humana y espiritual bien profunda de la que siempre estaré agradecido”.
Por María Eliana Vega Soto /tbiobio.cl
(Extracto de notas publicadas originalmente en 2007 y 2011)