Por Wilson Tapia Villalobos |
No hay que ser experto meteorólogo ni muy ducho en política para decir que se avecinan vientos huracanados y tormentas con nevazones espesas que azotarán severamente a la sociedad chilena. Aunque, en realidad, más certero sería afirmar que un clima político impredecible se abatirá sobre toda la especie humana, en cualquier lugar del planeta en que se encuentre. Y si no se ha desencadenado aún es porque la pandemia del Covid19 ha servido de freno. ¿Pero hasta cuando se mantendrá este milagro que, providencialmente, ha salvado al sistema?
No son muchos los que se atreven a hacer vaticinios sobre tan lodoso tema. Entre otras cosas, porque parecen haber aprendido que ante las situaciones inesperadas, y sus inconmensurables consecuencias, más vale guardar respetuoso silencio. Fue el estallido de octubre de 2019 el que se los enseñó. Frente a aquel acontecimiento, muchos servidores del sistema se apresuraron a anunciar que estaban dispuestos a renunciar a la mitad de su abultado salario, parlamentario o ministerial, para ayudar a menguar la pobreza en que vive el 70% de la sociedad chilena. Pero la aparición de la pandemia sepultó en el olvido tales anuncios.
Una actitud hipocritona, como tantas que se han presentado en las últimas décadas. Porque, finalmente, pareciera que, llegado el momento, el soplo de nuevos aires obliga a descubrir todas las laceraciones de una sociedad que aceptó sin ambages que, en Chile, había nacido una nueva ideología. Sus creadores no la bautizaron con ningún apelativo. Pero con el paso del tiempo, quedó en evidencia que aquí había aparecido el “Socialismo Neoliberal”.
Y sólo ahora, 30 años más tarde, descubrimos el verdadero significado que tenía aquel memorable “en la medida de lo posible”, que pronunciara el presidente Patricio Aylwin; o la “Reforma” que realizó Ricardo Lagos a la Constitución -que hasta hoy sigue vigente- elaborada por Jaime Guzmán, factótum de la dictadura del general Pinochet; o el melindroso paso de Michelle Bachelet por la Moneda. Allí apareció el alma de lo que fue la Concertación de Partidos por la Democracia o la Nueva Mayoría.
Cuando se aborda sin tapujos este tema, muchos son los que alegan que era lo mejor que se podía hacer; que había que terminar con la dictadura. Esto último es cierto, pero aun así resulta inexplicable que recién ahora se vaya a reformar la Constitución, y ello ocurra gracias un plebiscito que determinó que la Carta Magna de la dictadura no podía seguir vigente tres décadas después de que ésta terminara.
Obviamente, no fue la generación sometida por la dictadura la que alcanzó tal logro. Para aquella bastaba acabar con un régimen dictatorial, aunque el substrato en que se asentaba el sistema condenara a la mayor parte de la sociedad civil a vivir en precarias condiciones. Y, como contrapartida, permitiera que no más del 1% de la población siguiera dominando el acontecer a través del manejo del gran capital. Esta realidad indesmentible es la que ha determinado el fin de los partidos políticos tradicionales. Tal situación ha golpeado a todo el espectro.
El sector conservador prácticamente quedó sin voz luego de las últimas elecciones. Y la denominada centroizquierda también dejó de existir sin que se produjeran grandes demostraciones de pesar. Los independientes y nuevas agrupaciones se perfilan como los grandes referentes. Aún no se conoce con total certeza cuál será el perfilamiento que mostrarán. Tampoco se sabe cómo reaccionará la amalgama conservadora que, si bien no significa nada determinante en el espectro electoral, mantiene su poder en la economía y, con seguridad, en los cuerpos militares.
Sin embargo, está claro que el mundo ha cambiado y que las soluciones a que se echaba mano antaño hoy no aparecen tan prístinas. Especialmente, porque los componentes de los aparatos que realizaban la operación en la práctica, saben lo que es cargar con la culpa de los crímenes que trae la imposición de un gobierno que no ha sido refrendado por la votación popular, mientras los principales beneficiados, que aumentan desmesuradamente su riqueza, continúan gozando del poder con una imagen pública impoluta.
Ahora falta saber si quienes encabezan las nuevas alternativas serán capaces de superar las grandes tentaciones con que atrapa el poder político. Ya hemos sido testigos de cómo algunos referentes, que se sintieron empoderados por la voz de encuestas, cayeron bajo su influjo y hoy tienen que luchar no sólo con la necesidad de crear nuevas soluciones que respondan a las necesidades ciudadanas, sino también con aprender cómo resguardarse de los daños que trae consigo el poder. Claro que esto último, sólo si es que efectivamente buscaban soluciones para los problemas de sus electores o se esforzaban para, finalmente, disfrutar de la influencia con que les dotaban sus votos.
Estas son algunas de las exigencias que traen los nuevos aires que se abaten sobre el mundo. Detrás de las respuestas que se les den se esconde lo que puede ser un futuro mejor.