
Las condiciones laborales de la mujer chilena y latinoamericana.

Ximena Rojas Pereira. CHILE. Socióloga y MsC. en Historia Latinoamericana
Respecto a las condiciones laborales de la mujer en América Latina, un país como Chile, cuna y laboratorio histórico del neoliberalismo, ejemplifica histórica y prácticamente el tratamiento que sociedades actuales otorgan a las problemáticas económico sociales vividas en el cuerpo de las mujeres.
Partimos del contexto de la definición de mujer consumada el 11 de marzo de 1974 cuando la dictadura cívico militar en Chile, liderada por Augusto Pinochet, expone al mundo su declaración de principios, concibiendo la concepción de hombre y de sociedad así: “…en consideración a la tradición patria y al pensamiento de la inmensa mayoría de nuestro pueblo, el Gobierno de Chile respeta la concepción cristiana sobre el hombre y la sociedad. Fue ella la que dio forma a la civilización occidental de la cual formamos parte, y es su progresiva pérdida o desfiguración la que ha provocado, en buena medida, el resquebrajamiento moral que hoy pone en peligro esa misma civilización. Entendemos al hombre como un ser dotado de espiritualidad. De ahí emana con verdadero fundamento la dignidad de la persona humana. La tarea antes reseñada ha de encontrar en la familia su más sólido fundamento, como escuela de formación moral, de entrega y generosidad hacia los semejantes y de acendrado amor a la Patria. En la familia, la mujer se realza en toda la grandeza de su misión, que la convierte en la roca espiritual de la Patria. De ella sale también la juventud, que hoy más que nunca debe incorporar su generosidad e idealismo a la tarea de Chile” [1].
Esta declaración de principios cimenta las bases de lo que en 1980 será la nueva constitución de Chile y que prevalece hasta hoy. Nueve años después, se prohíbe el aborto en Chile en el Art. 119 del Código Sanitario, introducido por la Ley 18.826 dictada por la Junta Militar a mediados de septiembre de 1989. En síntesis, la mujer chilena queda reducida a un objeto reproductor de “patriotas,” según los idearios de la dictadura en éste plan de reconstrucción nacional, posterior al gobierno del Presidente Salvador Allende. Aunque respecto a las problemáticas que afectan a las mujeres se ha avanzado en algunos derechos, el aborto sigue siendo ilegal y los derechos laborales, con respecto a los hombres, son todavía insuficientes.
La llegada de la pandemia, por ejemplo, revivió inmediatamente lo planteado por Simone de Beauvoir en Segundo Sexo respecto a las consecuencias de las crisis económicas en las mujeres: “no olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida” (1949).
En el año 2020, según la CEPAL, se calcula que la tasa de desocupación de las mujeres llegó al 12% en 2020, además se registró una contundente salida de mujeres de la fuerza laboral, quienes, por tener que atender las demandas de cuidados en sus hogares, no retomaron la búsqueda de empleo.
“Las mujeres de la región son parte crucial de la primera línea de respuesta a la pandemia. Un 73,2% de las personas empleadas en el sector de la salud son mujeres, quienes han tenido que enfrentar una serie de condiciones de trabajo extremas, como extensas jornadas laborales, que se suman al mayor riesgo al que se expone el personal de la salud de contagiarse del virus. Todo esto en un contexto regional en el que persiste la discriminación salarial, pues los ingresos laborales de las mujeres que trabajan en el ámbito de la salud son un 23,7% inferiores a los de los hombres del mismo sector” [2].
Este estudio destaca que el trabajo doméstico remunerado posee una alta precarización y ha sido uno de los sectores más golpeados por la crisis. En el segundo trimestre de 2020 los niveles de ocupación en el trabajo doméstico remunerado cayeron -24,7% en Brasil; -46,3% en Chile; -44,4% en Colombia; -45,5% en Costa Rica; -33,2% en México; y -15,5% en Paraguay. El cierre de fronteras, las restricciones a la movilidad, la caída del comercio internacional y la paralización de la actividad productiva interna han impactado en las trabajadoras y empresarias vinculadas a los sectores del comercio, turismo y manufactura.
Además de las consecuencias económicas, la pandemia dejó un saldo sorpresivo en cuanto a violencia de género. Se dispararon los feminicidios frustrados: en un año, subieron 131%. Y si el delito no se concretó, creen las expertas, fue por la presencia de vecinos y familiares.
Según la directora de la unidad de DD.HH., Violencia de Género y Delitos Sexuales de la Fiscalía Nacional de Chile, Ymay Ortiz, lo que caracteriza al año en pandemia es que, como nunca en la modernidad, mujeres y hombres volvieron a recluirse, por lo que los agresores podrían tener menos razones para controlar a sus convivientes. “Vuelven a estar allí, donde se ocupan del cuidado de los hijos, no salen. Por lo tanto, el control del hombre es total, no hay razones para disciplinarlas, porque están a absoluta merced en esta sociedad patriarcal”, dice Ortiz [3].
La realidad económica de la mujer, tanto en Chile como en Latinoamérica, es dependiente de las relaciones que éstas realizan en su vida cotidiana. En contexto de pandemia, al trabajo remunerado se sumaron labores extremas en el cuidado de su círculo cercano, hecho impuesto por el patriarcado al determinar que la mujer tiene como función natural parir y hacerse cargo de los hijos que tenga. Así mismo, el caso chileno posee una particularidad importante cuando se define a la mujer en nombre de la más alta moral patriótica impuesta en el período más sangriento de la historia del país, la dictadura de Pinochet.
REFERENCIAS:
[1]: Centro de Estudios Miguel Enriquez, CEME. http://www.archivochile.com/Dictadura_militar/doc_jm_gob_pino8/DMdocjm0005.pdf
[2]: Comisión económica para América Latina y el Caribe, CEPAL. https://www.cepal.org/es/comunicados/la-pandemia-covid-19-genero-un-retroceso-mas-decada-niveles-participacion-laboral
[3]: Centro Regional de Derechos Humanos y Justicia de Genero, Humanas. https://www.humanas.cl/las-cicatrices-que-dejo-el-encierro/

Las mujeres de Argentina y su resistencia cotidiana ante la precarización económica.
Lorena Ojea. ARGENTINA. Movimiento por la Unidad Latinoamericana y el Cambio Social (MULCS).
Las mujeres han sido siempre las que han sostenido durante cualquier crisis, en los barrios espacios donde sobrevivir y resistir. Esa resistencia cotidiana, que nace como subsistencia, es un lugar donde sigue más profundamente tensionando el capitalismo. El cual logra reciclarse y muchas veces organiza la subsistencia, y la precarización es parte de su desarrollo.
A partir de una situación individual que después se transforma en colectiva y que llega a ser, con el tiempo, una toma de conciencia de lo anti sistémico y de crecimiento político.
En Argentina, como en otros lugares del mundo las crisis no paralizan a las mujeres, muy por el contrario, las coloca en el lugar fundamental de seguir sosteniendo el tejido social y solidario que puede quebrar estructuras en su perdurabilidad. Además, de las tareas de cuidado de las cuales todavía están muy lejos de estar exentas, sobre todo en los barrios más pobres, se extiende a otras tareas de cuidado más comunitarias como los merenderos, ollas populares, espacios de aprendizajes, de salud, etc.
En la actualidad, en cuanto a lo laboral, 1.730.000 mujeres trabajan en casas particulares, y de estas, 1.200.000 lo realizan en la informalidad. Casi el 50% de ellas son sostenes de hogares. De las personas que menores ingresos tienen, el 70% son mujeres y son las mismas que sostienen comedores cobrando planes sociales. El gobierno las registra como “colaboradoras” y, difícilmente, puedan mejorar su situación laboral porque tiene un tiempo limitado debido a las tareas de cuidado. Durante la pandemia, la autonomía económica de las mujeres no solo se vio frenada, sino que retrocedió y muy por el contrario, se duplicaron sus tareas domésticas y de cuidados, no solo de sus hijes sino de personas mayores, enfermas, etc.
Economía de las Caseras: la domesticación del espacio público por las mujeres aymaras en Bolivia.

Foto: Casera de frutas del Mercado Cosmos, El Alto/ Chryslen M. Barbosa G.
Chryslen Mayra Barbosa Gonçalves. BOLIVIA. Colectivo de jóvenes aymaras «La Curva».
Según datos de la OIT (2021), Bolivia es el país con el mayor porcentaje de trabajadores empleados en la economía informal (82,8%) en Latinoamérica, un número superior al de sus vecinos (Brasil: 47,1%; Perú: 68,3%; Chile: 27%). Propongo, en esta exposición, un análisis de la informalidad boliviana, especialmente en el altiplano andino, a partir de la resistencia cotidiana de las mujeres ante la precarización económica. Más que leer la economía informal por las deficiencias – que existen – de sus trabajadores, apoyada por la perspectiva de las economías populares quiero sostener los aspectos de resistencia que existen en la producción de estas economías construidas por mujeres indígenas.
El Alto es la ciudad boliviana con mayor número de trabajadores informales. La formación de este espacio urbano en los años 1970 y 1980 se dio por las constantes migraciones de las provincias rurales indígenas del altiplano andino. Estas migraciones no conformaron un éxodo rural al estilo de otros países de la región, dado que la relación entre espacio urbano y espacio rural nunca se rompió, el hecho de que estos grupos (especialmente indígenas) ocupen y produzcan la urbanidad alteña no hizo con que sus relaciones con las comunidades rurales sean descompuestas. La mayor parte de las familias alteñas, como la mía, siguen manteniendo relaciones con el territorio rural en la producción de alimentos, en las responsabilidades políticas de los cargos de autoridad indígenas, en los momentos festivos, etc. Este vínculo entre urbano y rural auxilió para la construcción de una economía muy propia de la ciudad de El Alto y para el establecimiento de una urbanidad aymarizada.
Con el proceso de migración muchas personas que salían de las comunidades indígenas no lograban puestos de trabajos formales en la ciudad de La Paz [1], sobre todo las mujeres. Las mujeres indígenas de la primera generación de migrantes con las cuáles establecí una convivencia en el mercado y en la familia [2] tuvieron que trabajar como empleadas domésticas para las élites de La Paz [3], pero todas ellas dejaron el trabajo doméstico para construir una economía propia en el territorio alteño: comideras, fruteras, vendedoras de hortalizas, carniceras… Las mujeres aprovecharon el vínculo que se mantuvo entre las comunidades productoras de alimentos y la ciudad para inventar un mercado que dialogue con el campo. Hoy, la ciudad de El Alto contiene más de 400 ferias diarias, distribuidas en las distintas zonas de la ciudad, y es en estas ferias que la economía alteña es movilizada. Desde que vivo en la ciudad de El Alto, ya hace cinco años, nunca entré a un supermercado para comprar productos de necesidad básica. En las ferias, como la 16 de Julio, es posible encontrar desde productos agrícolas hasta ropas, coches, animales y repuestos de aviones. La economía alteña está en estas formas de ocupación de las calles. No solo en las ferias, en las esquinas y plazas también hay puestos de comideras, de vendedoras de dulces, de vendedoras de hoja de coca – producto esencial para la manutención de la vida en el altiplano andino.
Cuando llegué a El Alto siempre me preguntaba por qué aquí no se establecían redes multinacionales de supermercados como en Brasil. Con el tiempo y la convivencia cotidiana con las comerciantes de mi zona, percibí que hay una lógica económica propia que moviliza las relaciones comerciales alteñas. Muchos elementos de las relaciones de reciprocidad de las comunidades indígenas fueron transferidos y resignificados en las relaciones comerciales de esta urbanización alteña. El ayni, que en el campo es una forma de reciprocidad simétrica en el trabajo de la producción de la tierra, aquí fue resignificado como una reciprocidad entre compradoras y vendedoras conocidas como caseras. En la economía de las caseras una persona mantiene relaciones de compra de un tipo de producto con la misma comerciante, del mismo modo esta vendedora siempre tendrá productos disponibles para ofrecer a su compradora. Un ejemplo de esta reciprocidad es que, si alguien ofrece comprar todos los productos de una casera vendedora, esta se negará a vender con el siguiente argumento: “¿Después qué voy a vender para mis caseras?”. La manutención de las relaciones entre caseras está más allá de los sentidos tradicionalistas económicos de maximización de las ganancias.
Este no es un vínculo que se establece solamente con la compra y venta, hay otros elementos que articulan estas relaciones comerciales. Cuando una persona se hace casera de una vendedora, asume la responsabilidad con esta comerciante de siempre comprar en su puesto, así mismo la casera le ofrece otros elementos a cambio, más allá del producto mismo. La yapa es uno de estos elementos, puede ser entendida como un aumento del producto comprado que no será cobrado por la comerciante, es un “agrado” que hace con que la relación entre caseras se mantenga; así, es común escuchar en las ferias y calles de El Alto, mientras la vendedora ofrece el producto a la compradora: “Ahí está, casera, ¡con su yapa más!”.
Otro elemento de la relación de caseras es la iraqa, la palabra puede ser traducida como “rebaja”. La iraqa es una reducción del precio del producto comprado, una reducción específica para las caseras; regularmente se escucha de la casera vendedora, cuándo compramos algo: “¡Bien rebajadito te voy a vender, casera!”.
El ayni, la yapa y la iraqa son relaciones vinculadas a la economía del cariño de las caseras aymaras. Muchas veces, charlando con mis caseras, ellas evidenciaban la necesidad del cariño como elemento indispensable en esta economía: “Con cariño hay que vender. Cuánto más cariño, más caseras tenemos.”. El cariño es explicado por ellas como la predisposición en tratar bien a las caseras, en sonreír, conocer los gustos específicos de cada persona que viene comprar, dar yapas y saber rebajar cuándo percibes las necesidades de la persona que siempre vuelve al puesto de venta. A parte de eso, mi casera comidera me explicó que el cariño es el hecho de “cocinar para los demás con amor, como se cocina para los hijos”, esto tiene que ver con el proceso de domesticación del espacio público de las mujeres aymaras alteñas, la expansión del cuidado para el espacio social, pero también la expansión hacia otros sujetos no consanguíneos. Las madres cuidan de sus hijos en las calles, en sus puestos de venta, ahí establecen relaciones con las otras mujeres, se movilizan políticamente en gremios, son autoridades políticas en las zonas urbanas y en los sindicatos, ahí también hacen sus rituales a la Pachamama (conocida como Madre Tierra): el espacio económico es un lugar de expresión total para estas mujeres, la expresión de la economía de las caseras, una economía vinculada al cariño y al cuidado colectivo, una economía construida a pesar del proceso de precarización económica y como resistencia cotidiana a ello. Las mujeres aymaras, con la Economía de las caseras, nos enseñan que es posible construir una economía del cuidado con la resignificación y expansión de la idea del cariño y de la reciprocidad.
NOTAS:
[1]: La ciudad de La Paz está localizada en la parte baja de la ciudad de El Alto, se conoce como “la hoyada” por ser muy parecida a la estructura de un hoyo. El Alto fue consolidada como municipio independiente en 1986, antes de eso el territorio alteño era caracterizado como un espacio periférico perteneciente a la ciudad de La Paz.
[2]: Mi familia aymara no es consanguínea, es mi familia política.
[3]: Muchas investigaciones sobre este período de migración evidencian que los hombres migrantes lograron algunos trabajos formales en el sector de transporte y de construcción civil.
Ximena Rojas Pereira. CHILE. Socióloga y MsC. en Historia Latinoamericana Fuente: Revista Waslalas